Ramiro y el cambio climático. Un relato de Eduardo Moyano

2022-09-09 12:28:06 By : Mr. Eric Cheung

Ramiro no puede disimular su inquietud. En los días de las cabañuelas de agosto ha observado cambios extraños que no constan en los cuadernos de medición de su abuelo Eufrasio. Esos cuadernos le han servido desde muy joven para hacer sus predicciones sobre el tiempo, pero ahora parece que no funcionan como antes. El tiempo está cada vez más voluble y cuesta predecirlo.

Los cambios que observa los viene intuyendo desde hace algunos años en sus paseos por el campo, él que es cazador, y también cuando supervisa los sembrados. La diversidad de aves y plantas es mucho menor ahora, las colmenas se están quedando sin abejas, hay plagas que nunca antes habían afectado a sus cultivos. Además, no recuerda unos días de tanto calor y tan secos y continuados como los de este año, que han dado lugar a incendios devastadores en su comarca.

Los telediarios no hacen más que hablar de cambio climático, y Ramiro cree que, a la vista de lo que observa, algo de eso habrá. No obstante, con su habitual desconfianza, piensa que a veces se utiliza como cortina de humo para no hablar de otras cosas. Él no es un negacionista y comprende las razones de su amigo Carlos, el profesor de biología y socio de Greenpeace que siempre le está hablando de ese tema.

Que se están produciendo cambios en el clima es evidente, y Ramiro lo comprueba todos los días como agricultor. Observa que ya no es posible guiarse por el refranero ni seguir los calendarios tradicionales que se sucedían en su comarca. Eso permitía a los agricultores prever las épocas de lluvia para realizar la siembra una vez refrescadas las tierras en otoño, o predecir el frío del invierno y los días soleados de primavera para organizar las labores. Hoy todo se ha hecho menos previsible y, a pesar de que las agencias de meteorología disponen de avanzados modelos de predicción, pocos se atreven a hacer pronósticos que vayan más allá de una semana.

No es nada nuevo que Ramiro y los demás agricultores de su pueblo hayan vivido siempre con la angustia de que se produzca algún suceso climático extremo, sea una lluvia torrencial, una nevada de intensidad inusitada, un pedrisco a destiempo, una helada imprevista o una sequía prolongada que deje sin agua los arroyos de la comarca y que agoste los pastos del ganado. Pero lo novedoso es que, de un tiempo a esta parte, todos esos eventos climáticos se han hecho más recurrentes. Eso les genera a los agricultores incertidumbre y hace que Ramiro sea cada vez más receptivo a las advertencias sobre cambio climático de su amigo Carlos, que no es ningún colapsista radical, sino un ecologista bastante pragmático.

Ramiro no entiende mucho sobre eso de las emisiones de CO2 de las que le habla Carlos, ni sobre su incidencia en lo que llaman el calentamiento global. Lo único que sabe es que, de unos años a esta parte, el tema de los gases de efecto invernadero ha sustituido en la prensa y la televisión al problema del agujero de la capa de ozono con el que hasta hace poco nos alarmaban todos los días. “Ahora ya no se habla de eso, y parece que la capa de ozono se ha cerrado”, dice Ramiro con sorna. “Así es y no te burles de ello”, le contesta Carlos. “Eso ha sido gracias a que se tomaron medidas para reducir las emisiones de los gases clorofosforados que, debido al uso masivo de aerosoles, estaban disminuyendo la capa de ozono y provocando alteraciones en el clima y en la salud”.

Ahora el problema está en las emisiones de CO2, añade Carlos, que son las que causan el efecto invernadero y otros daños colaterales. “Ya, ya, y nos culpáis a los agricultores y ganaderos de provocarlas con los modelos intensivos de agricultura, cuando hay otros sectores que emiten mucha más cantidad de esos gases y son más dañinos”, le interrumpe Ramiro. Admite Carlos que, en efecto, en la industria y el transporte se emiten más gases de efecto invernadero, pero reconoce que es más difícil controlarlo al ser sectores menos intervenidos que el agrario. Ramiro cree que se está demonizando en exceso a la agricultura y la ganadería, y que no se tiene en cuenta lo mucho que aporta al equilibrio de los ecosistemas. “Sin la actividad agraria muchos más territorios rurales se unirían a la larga lista de los que forman eso que llaman la España vacía”, afirma Ramiro.

Al hablar del abandono, sale a colación el tema de los incendios forestales que tan presentes han estado este verano y que se ponen como ejemplo del cambio climático. “¿Sabes lo que te digo, Carlos? Menos gaitas con esto del cambio climático para justificar los incendios, pues la realidad es que nuestros bosques se incendian porque están descuidados”, comenta rotundo Ramiro. Dice que hay un exceso de conservación y que las políticas tan radicales que han implantado los biólogos y los ecologistas al frente del ministerio de Transición Ecológica y de las consejerías de medio ambiente, ha hecho que los bosques tengan hoy demasiada masa forestal, y que eso es combustible, material inflamable, que convierte cualquier conato de incendio en un desastre.

“Hoy parece como si se hubieran separado la gestión y el cuidado del bosque, prohibiéndose muchas de las antiguas actividades que los agricultores y ganaderos hacíamos en los montes y que contribuían a cuidarlos”, dice Ramiro. “Ya no se puede cortar leña, ni coger piñas, ni buscar setas, ni hacer desbroces, ni cazar, como no sea con un permiso, que muchas veces no te lo dan o tardan tanto en dártelo, que cuando te llega ya no te sirve”. Todo es conservar por conservar, añade Ramiro, y eso, en su opinión, provoca que “nuestros montes se hayan convertido en una auténtica bomba, pendiente de que una leve chispa, por azar o por negligencia, la haga estallar”.

Carlos asiente, pero trata de justificar las políticas conservacionistas por los abusos que los agricultores y ganaderos han hecho del monte con su comportamiento tan depredador y extractivista. “Gracias a estas políticas se ha puesto freno a los abusos, y se ha valorado la importancia de cuidar nuestros ecosistemas”, dice Carlos. “Si no fuera por eso, hoy apenas tendríamos bosques en nuestro país”, añade. Concuerda con Ramiro en que quizá haya llegado el momento de encontrar un equilibrio entre la conservación y la explotación de los espacios forestales, y eso es lo que significa la gestión sostenible de esas áreas.

Ambos continúan hablando de los incendios forestales y coinciden en que habría que invertir más en prevención, en la limpieza de los bosques durante el invierno y la primavera, “para no tener que gastar las millonadas que nos gastamos en la extinción”, afirma Carlos, añadiendo que “los incendios se apagan en invierno”. Ahora, “cada vez que se produce un incendio”, comenta Ramiro, “se convierte en un asunto de orden público, de protección civil, para que las llamas no lleguen a las viviendas, y eso hace que los políticos entren en pánico y reclamen más y más recursos, helicópteros, aviones, personal, maquinaria”. Si tuviéramos nuestros montes mejor gestionados, dice Carlos, “sería menor el riesgo de que un incendio se convierta en una tragedia”. “Incendios siempre va a haber”, continúa, “pero puede reducirse su intensidad si los bosques tienen menos masa forestal al estar más limpios”.

Luego, pasan al tema del Pacto Verde y la estrategia “De la granja a la mesa”, que proponen reducir el uso de fertilizantes y pesticidas y aumentar la superficie de agricultura ecológica. “Es una buena idea que, si bien no está directamente relacionada con la lucha contra el cambio climático, puede contribuir a que se regeneren las tierras y evitar la erosión de los suelos, y también a reducir la dependencia europea de las importaciones de cereales y proteaginosas”, comenta Carlos.

Le interrumpe Ramiro diciéndole que él no está en contra de ese Pacto, pero que parece diseñado desde los despachos de Bruselas por gente que no conoce lo que es el día a día de la agricultura y la ganadería. “Porque vamos a ver, Carlos, ¿cómo vamos a dejar de usar fertilizantes y pesticidas sin que nos ofrezcan alternativa alguna? No tienen ni idea de cómo funciona la agricultura. Sin esos productos químicos, no es posible obtener buenas cosechas”.

Ramiro se indigna con eso, al igual que con la obligación de dejar en barbecho parte de las tierras para recibir las ayudas de la PAC, que la ve un sinsentido, ya que con esa medida se reduce la capacidad productiva de la agricultura europea. Carlos le recuerda que esto del barbecho es una forma de “recuperar la antigua tradición del cultivo al tercio, y tú lo sabes, Ramiro”, le dice.

“Pues ahora han tenido que recular los de Bruselas con la guerra de Ucrania”, le replica Ramiro, “al darse cuenta de que no podemos comprar cereales ni girasol en los mercados externos, y que necesitamos producir más aquí en nuestras tierras para no depender de fuera”. Carlos le da la razón, pero añade que sería un error que la Unión Europea renunciase por la coyuntura de la guerra a las ambiciones del Pacto Verde y a las condicionalidades de la PAC. “Me parece bien la medida de suprimir excepcionalmente mientras dure la guerra la condicionalidad del barbecho”, dice Carlos, “pero ahora es más urgente si cabe continuar con los objetivos del Pacto Verde, ya que tenemos que avanzar en reducir el uso de fertilizantes y pesticidas”.

Dirigiéndose a Ramiro, añade, “no me negarás que muchos agricultores utilizan cantidades excesivas de fertilizantes y plaguicidas, inducidos por las casas comerciales, y que podrían hacer un uso más eficiente de ello, y no sólo por razones ambientales, sino también económicas”. “Eso es cierto, y más con la subida de costes que se está produciendo”, le contesta Ramiro, “pero yo conozco también a agricultores muy eficientes que contratan empresas de servicios para las labores y que utilizan drones para ver el estado de cada parcela y decidir cuándo hacer los tratamientos y qué cantidad echar”.

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