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Fatiga clónica: dícese del mal persistente e implacable que sufren quienes se sienten acorralados por la convicción de que el ataque de los clones es masivo y no deja prisioneros. Con el mando a distancia en la mano, las opciones para salir indemnes se reducen al mínimo. Cuanta más oferta hay, menos elecciones. Es curioso. Revelador. Pasas de un canal a otro y te encuentras con media docena de variantes como mucho del mismo tema. Las series de asesinos en serie, por ejemplo. Crecen como setas. Venenosas. Por cada una que vale la pena te caen diez que dan pena. Y aunque sean de calidad, ¿no da mucha pereza enfrentarse a otra tanda de episodios empeñados en dar carrete a la curiosidad de quien los ve jugando a adivinar el misterio antes de que los guionistas den otra vuelta de tuerca? Otro tanto sucede con las películas de superhéroes y sucedáneos. Hay un empacho evidente de ciudades destruidas, peleas interminables y efectos digitales tan perfectos que ya no te los crees. El bostezo embaucador.
Ah, las historias de amor. No basta con repetir hasta el hartazgo Pretty woman o Ghost, desde hace años la mal llamada comedia romántica está en manos de desaprensivos que no tienen el menor reparo en copiar la misma fórmula una y otra vez, una y otra vez, una y otra...
Una cosa es que los argumentos esenciales se reduzcan (+ o -) a una docena desde los clásicos griegos y otra muy distinta que personajes, situaciones y estilos sean una fotocopia, y con cancioncilla relamida cada dos por tres. ¿Y qué decir de las historias de justicieros que se pasan media película matando villanos tontos por los métodos más sangrientos que tengan a mano y la otra media corriendo en coches de choque a lo largo de interminables persecuciones? El mando, mejor a distancia.
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