La Razón

2022-09-17 13:52:03 By : Ms. Kelly Xiao

La recolección de setas puede ser un recurso económico o alimenticio, aunque también un deterioro medioambiental y un peligro para la salud. En el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, cuyo perímetro se extiende hasta territorios que pertenecen a la comunidad de Madrid y Castilla y León, el otoño es un reclamo para la recogida. Las primeras lluvias y la ausencia de heladas extremas propician el crecimiento de hongos en las zonas de umbría y humedad, un suculento botín para los habitantes del valle del Paular, pero también para los de la capital. En el monte de la Morcuera confluyen demasiados recolectores por la proximidad de la zona de Rascafría, Pinilla y Oteruelo del Valle con el núcleo madrileño. Los guardias forestales de la comarca 1 —el Parque cuenta con un total de 17— aseguran que pueden coincidir hasta doscientos coches en los días de más afluencia, a pesar de que aún no ha llovido demasiado y hay menos setas que otros años.

En el Pinar de la Morcuera conviven el pino negro, el pino silvestre, el rebollo —un roble cuyo nombre científico es Quercus pyrenaica— y, en menor medida, el abedul y el fresno. Se trata de «un entorno vulnerable que debería estar lo más naturalizado posible», explican los agentes, por lo que la masificación deriva en distintos peligros medioambientales. En verano, los riesgos de incendio por ser zona de alta montaña podrían acabar en catástrofe porque los coches colapsan las carreteras, impiden la circulación en ambos carriles y «no se podría evacuar a la gente», advierten.

En general, el impacto del humano sobre el territorio, ya sea caminando o con el coche, provoca un deterioro cuando la concurrencia es muy alta. Con motivo de la compactación del suelo, las especies vegetales no colonizan del mismo modo y afloran las raíces a la superficie. Es determinante el perfil del terreno, puesto que, al estar en pendiente, empieza a generarse una escorrentía y se terminan abriendo cárcavas si se elimina la cubierta vegetal.

En otoño, la recolección de setas también tiene sus consecuencias porque habitualmente se hace de manera inapropiada. «Si se viene con una cesta, las setas van dispersando las esporas durante el recorrido de la recolección, y así favorecerán el crecimiento en el siguiente año», propone Juan Carlos Hueso, jefe de Comarca del Cuerpo de Agentes Forestales en el Parque. «Otra consideración que deberían tener en cuenta es la de cortar las setas con una navaja», añade, pero «muchos lo arrancan con el pie o con la mano».

Uno de los grandes problemas que señalan los forestales es el desconocimiento de la gente a la hora de llevar a cabo esta actividad. No solo es muy arriesgado porque «se hace daño a la naturaleza», según asegura la agente Beatriz Paños, sino porque muchas especies de hongos no son comestibles. Un buen número de ellas son incluso venenosas, generando a quien las ingiere una indigestión o complicaciones mayores, que en algunos casos provocan la muerte.

Por tanto, es fundamental saber diferenciar entre setas comestibles y no comestibles. Las primeras pueden tener interés culinario, como el boletus o el níscalo, ambos muy demandados. Concretamente, el Boletus edulis es muy reconocible en el universo micológico y típico de Morcuera. También la caesarea, aunque esta pertenece a la familia de las amanitas, que suelen ser incomestibles por tóxicas o indigestas. En este caso, el problema reside en el riesgo de confundirlas. Por otro lado, la «seta de chopo» se encuentra entre las comestibles, pero no tienen calidad culinaria. No solo son inservibles, sino que su recolección afecta negativamente al entorno medioambiental. Entre las que no se pueden ingerir, destacan la phalloide y la muscaria, de la familia de las amanitas. La primera es conocida como «la seta asesina», mientras que la segunda pertenece al imaginario infantil de gnomos y trolls. La mítica seta roja con puntos blancos, tan aparentemente inofensiva como letal.

Hay otras especies propias de la Sierra del Guadarrama que antes eran muy utilizadas en distintas combinaciones culinarias hasta que fueron consideradas no comestibles. Es el caso de la «seta de los caballeros» (Tricholoma equestre), debido a que en Francia se notificaron varios casos donde se demostró que alcanzaba niveles tóxicos. Por último, las setas alucinógenas se reconocen en el Parque Nacional «cuando ves a uno a cuatro patas». Son tan pequeñas las «monguis», tal y como las denominan los propios recolectores, que hay que emplearse a fondo para localizarlas.

No obstante, la norma de quienes acuden es, fundamentalmente, la recolección de setas comestibles, bien sea para venta o para autoconsumo. Cuando se trata de un recurso económico para los habitantes de los pueblos que forman la Comarca 1, resulta bastante injusto que sean sus vecinos urbanitas quienes se apoderen de una de sus principales fuentes de ingresos, según el criterio de los forestales. Por ello y por el deterioro medioambiental del que son testigos cada día, reivindican una regularización de la recogida de setas, así como limitar la asistencia al monte de la Corcuera.

«Que haya una figura de protección tan elevada como un Parque Nacional no significa que esté todo prohibido», explican. E insisten en la necesidad de cumplir una serie de normas para «compatibilizar el aprovechamiento y la conservación, con el fin de que las generaciones venideras puedan disfrutar del monte como ahora nosotros». Advierten de que conjugar esto es complicado, pero para ello hay un personal técnico y científico que estudia lo que se debe proteger, y un personal de vigilancia: ellos mismos. En definitiva, «se pueden hacer muchas cosas, siempre que se pida autorización», justifican.

Supuestamente, es obligatoria una autorización para coger material biológico en el Parque Nacional, del mismo modo que se exige para la actividad cinegética: la caza. Sin embargo, desde la consejería de Medio Ambiente intentan organizar la recogida junto a las corporaciones municipales de los pueblos del Valle del Paular, por lo que no hay una legislación lo bastante rigurosa que permita ejecutar expedientes sancionadores por la recolección inapropiada. Aún no se ha puesto en marcha, pero esta iniciativa, cuyo objetivo es el aprovechamiento, no necesariamente colisiona con su propuesta de regular la actividad, pues «se trata de buscar un equilibrio», según los forestales. En cualquier caso, «lo ideal sería hacer un coto y que el que venga se saque un permiso, pague una pequeña cantidad y vaya con su autorización. Así se regula la cantidad que se llevan y se vigila el número de personas que está recolectando en una misma zona», concluyen.